Como estaba frente a la ventana transparente, vio como llegaron los tres funcionarios a contemplar cómo lo interrogaban; reconoció con rapidez a Carrados y mostró su extrañeza cuando él no se aproximó, los vio acomodarse en asientos como si estuvieran en la platea de un entretenido espectáculo.
—¿Qué hacías en El Infierno a las 20 horas de anoche? —la ronca voz de un funcionario corpulento sonó fuerte en el recinto, mostraba la impaciencia que sentía al no poder golpear al hampón. Incluso hizo el ademán de levantar la mano, pero Juan Diablo lo miró hacia arriba y una burlona sonrisa jugueteó en sus labios.
—¿Hasta cuándo la misma pregunta? Me estaba divirtiendo con las chicas lindas, bailamos y bebimos.
—¡Infeliz, fuiste el último en hablar en ese local con Francisco Dellorto, después apareció muerto en el pasaje trasero del negocio!
—Saben, muchachos, ya estoy cansado que repitan una y otra vez la misma cantinela. Espero que mi abogado llegue pronto; tendrán que dejarme en libertad, pues no tienen pruebas que indiquen que yo me “pitié” a ese cabro.
—¿Dónde está el cuchillo que le enterraste en el corazón, desgraciado?
—Bueno… ahí va de nuevo mi respuesta… Le clavé un cuchillo en el pecho… ¡Listo, ahora llévenme ante el Juez! He confesado no sé cuántas veces y dale con que “dónde está el arma homicida” y se los repito la dejé botada al lado del cadáver… alguien la tomó…
—¿Qué hay con los restos de la botella grande? ¿Por qué estaba casi al lado del cuerpo?
El detenido se encogió de hombros y puso cara de aburrido.
Los ojos de Carrados brillaban y su Jefe, Marín, notó que miraba el gran escritorio.
—¿Puedo entrar, Jefe? No se preocupe, solamente voy a examinar los restos de una botella quebrada que están sobre el escritorio y esa camisa blanca con sangre que supongo debe ser de la víctima. No haré ni ruido siquiera.
Los funcionarios encargados del interrogatorio lo miraron con curiosidad, pero como lo vieron dirigirse al mueble dejaron de prestarle atención. Carrados inspeccionó los restos de una botella de una bebida gaseosa quebrada e hizo señas a través de la ventana al Comisario y al Detective González; en voz baja dio órdenes a este último, quien le entregó un frasco con pegamento y comenzaron una tarea tan rara que el Jefe Marín le tocó un brazo al sabueso. Éste le contestó al oído, aparentemente la respuesta le satisfizo; asintió con la cabeza y una leve sonrisa. Fue a tomar asiento detrás de la ventana, mientras sus dos hombres se entretenían pegando los restos de la botella.